Una persona con deudas no es libre. ¿O sí?

por Eugenio Moliní

Ayer recibí la confirmación de la hacienda sueca de que estoy en paz con ellos tras 30 años de vida allá. Es más, me han devuelto lo que he pagado de más. Un peso muy grande se me quitó de encima ya que, al venirme a mediados del 2008, no estaba seguro que me dejasen pagar impuestos en España ese año.

Creo que es bastante difícil imaginarse lo que esta confirmación significa si no se ha vivido en Suecia, un país en el que todavía pervive en muchos el orgullo por pagar impuestos. Un país en donde el estado concibe a los ciudadanos (y éstos se conciben a sí mismos) primariamente como contribuyentes. Un país en el que los ciudadanos/contribuyentes ven al estado como un amigo y protector y por eso aceptan que sea tan controlador. Un país en el que la filosofía reinante entre el funcionariado es la del «servidor del público». Un país en el que apenas existe la corrupción ni el dinero negro. Un estado que se define a sí mismo desde 1930 como «el hogar del pueblo» y así es considerado por casi todos.

Allí he aprendido a vivir según la máxima de que «una persona que está en deuda no es libre», sea la deuda económica (con el erario público, con el banco, con un amigo, con la familia) o de carácter inmaterial (favores recibidos, apoyo personal, deuda afectiva). Según esta máxima, se evita entrar en deuda de ningún tipo. Si se entra en deuda, la costumbre es devolverla cuanto antes. 

Una de las dimensiones del «shock» cultural que sufrí a mi vuelta tiene que ver con esto. Estoy todavía intentando entender España con respecto a este tema y me he formulado dos hipótesis. Las comparto aunque aún no las tenga totalmente validadas, así como los efectos que cada una está teniendo en mi comportamiento. 

  • La desconfianza entre el ciudadano y la administración pública es muy alta. También la cultura organizacional de las administraciones pública se basa en la desconfianza hacia el ciudadano. En este clima de desconfianza, la honestidad y la transparencia del ciudadano con respecto a la administración y viceversa no parece muy habitual. Aunque tengo que reconocer que he encontrado funcionarios individuales que se resisten a acomodarse a la cultura de desconfianza y me han ayudado con genuino espíritu de servicio. No me acabo de sentir cómodo en esta forma de relacionarme con la administración y espero no perder del todo la confianza en que está a mi servicio, no yo al srvico de la administración.
  • Cuando yo, desde la costumbre sueca he intentado  devolver los favores cuanto antes, la reacción ha sido invariablemente un desconcertante: «No te preocupes, ya arreglaremos». Esto me lleva a pensar que quizás la cohesión social esté basada en una maraña de favores y contrafavores que nunca se explicitan y que por lo general no hará falta devolver. Su función es la de reforzar los lazos entre las personas. Parece que tendé que completar la máxima sueca «una persona con deudas no es libre» con otra que parece ser la operativa aquí: » una persona sin deudas está sola».