Justo antes de empezar la recién acabadas vacaciones de abril, me llegó un mail comunicando que el proyecto, sobre el que escribí hace unos días en la entrada «El Capitán Trueno en el Multiverso», se lo han dado a un asociado de Mannaz, una empresa consultora industrial en el sentido de que ha industrializado la consultoría y la formación.
Infladas mi auto-estima y mi auto-confianza por la llamada en la que me preguntaban si estaba interesado en el proyecto, y a pesar de saber que yo era un candidato más entre todos los que estaban siendo tenidos en cuenta, recibí el mensaje en el que se me comunicaba que el proyecto se lo habían dado a otros como si fueran pinchazos a ambas. A diferencia de lo que me sucedía hace años, los pinchazos no me llevaron al desinfle total sino a recuperar mi tamaño justo, que tan goloso proyecto me había hecho olvidar.
Los vaivenes de auto-estima y auto-confianza me han acompañado constantemente durante los casi 20 años que llevo trabajando como consultor en Desarrollo de Organizaciones y Sistemas. La virulencia de los vaivenes ha variado, pero en los casi 20 años de experiencia que tengo, no he sido capaz ni una sola vez de conservar el espíritu artesano en un proyecto sin haber puesto en juego mi autoestima y mi auto-confianza. Tampoco conozco a nadie que lo haya conseguido.
La auto-estima es el afecto que una persona se tiene a sí misma por ser lo que es. La norma cultural en el occidente judeo-cristiano es que conviene separar el trabajo (tiempo-espacio que en teoría se dedicaría al hacer) y el asueto (tiempo-espacio que en teoría se dedicaría al ser) Pero hay ciertos profesionales que nos resistimos a escindir nuestra vida en el hacer y el ser, en trabajo y asueto. Somos los consultores artesanos, término recientemente acuñado y definido en en la Declaración de Consultoría Artesana. Honra y honor a los que la han elaborado. Esta declaración dice al respecto:
Nos gusta nuestro trabajo. Nuestra materia prima es el conocimiento, algo que no se genera con horario fijo o en espacios concretos. De ahí que no establecemos rígidas separaciones entre nuestra labor de consultoría y otras facetas de nuestra vida. Integramos nuestro trabajo como una actividad más de nuestro quehacer cotidiano.
Otra forma de decir lo mismo es que los consultores artesanos no tenemos un trabajo sino que somos nuestro trabajo. Al ser nosotros nuestro trabajo, es natural la tendencia a vivir cada feedback que recibimos como algo que atañe a todo nuestro ser. De ahí que pongamos nuestra auto-estima en juego.
A diferencia de la auto-estima, la auto-confianza es la valoración que una persona hace de su capacidad de resolver con éxito las situaciones en las que se va encontrando. Las personas que eligen trabajar únicamente dentro de su zona de confortabilidad, no sienten que su auto-confianza sea puesta a prueba más que en situaciones extraordinarias que a menudo viven como catastróficas. Pero la naturaleza del consultor artesano nos impulsa a buscar situaciones límite en las que aprender continuamente y en las que des-aprender parte de lo que ya sabemos. Esto también está recogido en la Declaración de Consultoría Artesana como sigue:
Buscamos imprimir carácter y sentido personal a lo que hacemos, de manera que cada caso es un proyecto nuevo. En él incorporamos nuestra materia prima, el conocimiento abierto, así como el aprendizaje anterior y la experiencia renovada. En este marco, innovar no es una actividad instrumental sino un imperativo implícito.
Aprendemos a través de la experimentación y del error, de la desviación y de la corrección del rumbo planificado, y nos renovamos con cada trabajo. Ya que el aprendizaje sucede antes, durante y después de cada proyecto, la acción y la revisión resultan imprescindibles para aportar soluciones.
De ahí que también pongamos nuestra auto-confianza en juego.
Poner auto-estima y auto-confianza en juego es desgastante a la larga. De ahí que la tentación de abandonar la vocación artesana sea tan fuerte a veces. En los momentos de debilidad añoramos algo de protección, soñamos con sumarnos a la corriente mainstream y maquinamos la estandardización de nuestros servicios para poder replicarlos. Los que caen en ello, abandonan la consultoría artesana. Los otros, seguimos poniendo la auto-estima y la auto-confianza en juego, aprendiendo a manejarla lo mejor posible.
Quizás uno de los procesos que ha de seguir el consultor en su crecimiento de aprendiz a artesano y de artesano a maestro, sea desarrollar la capacidad de mantener la autoestima y la autoconfianza en su punto justo, sin inflarlas cuando las cosas van muy bien y sin pincharlas cuando llegan los contratiempos. O como dijo Kipling, aprender a tratar al éxito y al fracaso como dos impostores de la misma calaña.
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